Entre Dones e Inexorables ©Estela M. Escudero
Ú
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ltimamente estas reuniones han perdido brillo. Y quizá se trate de una percepción personal
puesto que los encuentros respetan su ritual y poco y nada ha cambiado desde el
instante mismo de la
Creación. Ocurre que no es fácil ser un Don en los tiempos
actuales. Menos aún cuando todo lo miro con ojos de estima lastimada al no
poder compartir sinsabores con mis pares. Es que ellos han logrado avanzar por
los atajos de la vanguardia, y a mí, Poesía, el lugar me incomoda; me siento
perdida, tan desdibujada como acuarela que bebió agua de más; y por añorar
intensidad suspiro por el pasado.
En ese entonces los hombres se regodeaban al
encontrarnos agazapados en su interior. Saltábamos del corazón a la mente, a
los pies, a la voz o adonde sea que un Don deba expresarse. Eran épocas
gloriosas, de parsimonia creativa: los Dones necesitamos de lentitud y calma
para ascender hacia la
perfección. De aquellos días conservo mis mejores galas:
épica con Homero, grandilocuente con Schiller y gentil hidalgo de la mano de
Cervantes. Cuando nos congregábamos a enumerar logros las voces relataban de a
perfectos intervalos: Danza era la primera; enseguida Arte subía al escenario,
arrastraba colores entre sus pies y por largo rato nos deleitaba; luego llegaba
el turno de Canto –tan ligada a mí que muchas veces contábamos juntas—, y así
se iban las horas y la velada debía ser prolongada por lo que nadie giraba el
reloj de arena y Tiempo —el más antiguo de los inexorables—, se detenía. En ese
instante los otros Inexorables alzaban sus voces para reclamar la ocasión de
intervenir. ¿Pero quien deseaba oír a Pena, a Enfermedad o a Muerte? Solamente
Lágrimasyrisas capturaba mi atención, quizá por esa ambivalencia que la hace especial.
Con todo, y más allá de nuestras diferencias,
Inexorables y Dones compartimos un propósito: acompañar la travesía de los
hombres. Que no es tarea menor y tiene sus reglas. La más importante impone a
los Dones elegir a quien se le otorga una gracia; de allí en más hemos de
alentarlo y ser su guía hasta el instante que algún Inexorable se presente. La
aparición de ellos —por línea general— nos obliga a emigrar ya que no esta bien
visto insistir, ni tener preferencias por el humano y menos aun confrontar con
los Inexorables. Pero hubo excepciones; la de mayor repercusión fue la de aquél
compositor alemán, Ludwig; no bien Enfermedad lo tomó, Música debió haberse
retirado; pero no lo hizo y fue claro para todos que ella se había prendado de
él; lo rondaba siempre, dormido o despierto lo velaba y pasaba largas
temporadas tendida sobre el teclado sólo para sentir sus manos.
Sobrevino
una gran disputa; Inexorables ofuscados blandían el reglamento; pero Música
—como si la dolencia de su protegido se le hubiese hecho carne— no parecía
oírlos y sólo decía: él puede hacerlo. Fue un desafío descomunal en el cual
todos quedamos involucrados; por ello, el día que Ludwig estrenó su sinfonía
nadie faltó al teatro; lo recuerdo bien: algunos se movían por lo alto para probar
la acústica en los rincones lejanos; otros, menos arriesgados, se acomodaron
junto al coro; y hasta hubo uno que se acuclilló al costado del arpa. Cuando se
extinguió el sonido de la última frase musical y mientras el acorde final aun
vibraba, los Dones contemplamos a Música en completo silencio: muchos de
nosotros nos habíamos reconocido en la obra y tal prodigio lograba hechizarnos.
Enfermedad, con un ademán teatral poco frecuente en ella, se quitó las redes
que la cubrían y las colocó a los pies de Música. El gesto lo dijo todo. De
allí en más el reglamento se flexibilizó, en verdad no hicimos sino prepararnos
para los cambios que habrían de alcanzarnos. Porque los hombres, poco a poco,
comenzaron a ignorarnos. Con dolor comprendimos que las imposturas humanas
creaban realidades que no parecían necesitarnos. De mi se dijo que era cursi.
Yo —que supe ser la voz del amor platónico y del no tanto, la luz de los ojos
de azúcar quemado, el preludio musical para amantes debutantes o el ansiado rey
de las islas de las rosas fragantes— recibía el calificativo feroz y
humillante. En un acto de solidaridad conmovedor, Canto y Melodía enviaron una
sanción: la atonalidad.
Lo curioso fue que los hombres creyeron ver en el castigo un
signo de evolución y de allí en más han insistido con esos acordes que nadie
puede tararear. La decadencia se profundizó, se extendió a otras esferas y para
colmo de males los hombres abrazaron la velocidad como sinónimo de eficiencia.
Meditación y yo, ambas muy afectadas, preparamos abundante material sobre la
rapidez y sus nefastas consecuencias en el espíritu humano. El trabajo de ella
ha sido mejor valorado puesto que, con su sesgo filosófico, encontró un reducto
de pensadores fieles; en cambio el mío –y por esa tendencia a las metáforas—
fue rápidamente descalificado. Sentí entonces que mi instante había pasado,
preferí no dar explicaciones y por un tiempo sólo anidé en la privacidad de
cuadernos secretos. Muchos otros también fueron replegándose, sólo a los
Inexorables les aumentó el trabajo. El resultado final fue un periodo oscuro y
trágico. Nos vimos en la necesidad de crear nuevos dones; los Inexorables
hicieron lo propio y así fue que Muerte ascendió a Guerraybatallas.
Y ésa Inexorable desajustó la balanza.
Desde hacía tiempo ella aspiraba al cargo. Llevaba
un registro con nombres descollantes: púnicas, religiosas, del campo de los
mirlos o de los cien años; pero fue con Verdun que logró el ascenso
anteriormente negado y provocó una reunión urgente de todos los Dones; no es
que quisiésemos confrontar con ella, pero entendimos que era nuestro deber
impedirle hacer estragos; por ello, Supervivencia y Piedad se convirtieron en
pares, también otros aspirantes se graduaron sin el protocolo habitual. Aún así
no alcanzó, quedó demostrado cuando Dresden fue bombardeada. Debo reconocer que
ése día, todos por igual, Dones e Inexorables, hicimos un alto y nos refugiamos
en la quietud para curarnos. Tiempo —y por que él sabe lo que otros ignoran—
alzó la voz al señalar: En verdad os digo que aun será peor. Y no es momento
éste, para dejarlos abandonados.
A partir de entonces los Dones hemos proliferado.
Hay algunos con rasgos curiosos, tal como Tolerancia, otros con funciones
sociales, es el caso de Solidaridad. Sin duda, su cometido es útil y sus
intenciones loables, pero las reuniones con ellas llevando la voz cantante, ya
no son lo que eran. No hay Nijinskys ni Buonarotis y a pesar de las mejoras que
Canto obtuvo con las ballenas y del lucimiento de Danza con la suricata blanca,
yo extraño el lirismo de antes.
Descubrí que no era la única en sentir así: Muerte
comparte la misma nostalgia. Ambas profundizamos nuestra amistad sin
importarnos que los demás no lo comprendan; es que la dama tiene un costado
sensible poco conocido y una tendencia al romanticismo muy sugestiva. Tal vez
por ése motivo, al terminar la reunión de ayer, ella me advirtió: Mañana iré
por él.
Y hoy estoy
aquí, en la habitación de mi poeta.
No es el
mejor ni será el último, pero sí el que más estimo. Y cabe suponer que ha sido
su devoción a mí lo que me hizo preferirlo por sobre los demás. Desde su
infancia todo lo transformó para ajustarlo a mis códigos, aún sus mínimas
vivencias; y al llegar los deseos que no tienen nombre buscó mi ayuda para
expresarlos. Le di rimas de papel, rimas de aire, rimas de almohada cuando
conoció a Ann, su bienamada. Y llevamos una vida feliz los tres hasta que, hace
ya dos años, ella murió. Desde ese día él no ha querido recibirme, rechazó cada
intento por aproximarme. Me limité a venir de tanto en tanto para hacerle
compañía sabiendo que él me presentía, con eso me contentaba.
Ahora lo veo caminar cabizbajo y detenerse a observar el ocaso. Hay pena
en sus ojos y una luz extraña: él también sabe. Entonces me apresuro —nos queda
poco tiempo— y tiño de ámbar el cielo y perfumo el aire, luego me acurruco
entre las hojas en blanco. Y él viene hacia el escritorio, destapa el tintero y
coloca la pluma en la
lapicera. Después de
tantos meses nuevamente el poeta me cobija; otra vez los colores son sólo los
que ven los humanos —voy a extrañar sus ojos, pienso— y él mueve la mano.
Es dorada la aureola que te enmarca.
De
plata la bruma que te vela.
Es
áspera la piedra en que me siento.
Y
de seda la hierba que bordea.
La brisa del atardecer abre la ventana;
elevo la vista: Muerte ha llegado. Se demora en el balcón acomodando los
pliegues de su capa de musgo. Los versos se alargan:
...
Tan sólo es una la rosa que acompaña
Tu
larga noche, mi desierto beso.
Todas
las flores se secan con el frío.
Las
quema el sol o las dispersa el viento.
Muerte está dentro del cuarto. En el rastro de sus
pisadas unos gusanos transparentes brillan, y mientras ella avanza lentamente
hacia el escritorio, larvas y babosas brotan por debajo de su ropa; algunas se
quedan en la alfombra, otras trepan por los cortinados. Las estrofas rezan:
... Y
es tibia la tarde en la que aguardo
De
los tiempos su mayor misterio.
Y
callada la hora en que mi alma
Alza
los ojos y le ruega al cielo...
Él se ha detenido; con la pluma en alto su mirada
asciende; Muerte está a su espalda. Me aparto y para mi sorpresa veo que ella
le toma la mano y juntos escriben, luego, la lapicera cae al suelo.
Intrigada, me inclino y leo.
Que olvide las citas que nada reserve
Y
en un prado verde, más allá del mar,
Junto
a ti me lleve, mi adorada Ann.”
Muerte me observa.
— ¿Vas a criticar la rima?
—Dadas las circunstancias, no me atrevería
—respondo y la veo sonreír mientras cubre el alma del poeta con su manto. Yo recojo
la pluma, la agrego a mi sombrero, y ya en la ventana aguardamos la siguiente
ráfaga para marchamos con ella.
Sobre el escritorio, el tintero quedó abierto.

Bello...no tengo otra palabra para describir este relato Estelaaaaaa... un placer haberte leído...Me encantó mucho, mucho. Besitos/Graciela boticaria♥
ResponderEliminarun placer compartirlo
EliminarBello, originalísimo, mágico.
EliminarGracias, Ali tus palabras son hermosas!!
EliminarHola guapa!, pasaba a saludarte y desearte un buen inicio de semana! >.<
ResponderEliminarBs!